Imagem: Aleksandr Sokurov
Rui Nunes. Ofício de vésperas (Relógio d’água, 2007)
1
a sombra move a luz, o dia abre nos olhos a paisagem:
quem surge não traz segredo algum,
desce somente a rua, desce interminavelmente a rua:
vivos e mortos são ficções do meu cansaço
e a casa um lugar de deserção:
não me acolhe a sombra de uma faia,
nem o suor manchado pelo corpo:
cheguei ao fim da rua onde o quintal
resguarda dos meus olhos o ribeiro:
uma criança abre a cancela e foge para o poço:
é a memória da tarde acolhedora, dos zumbidos
que paravam na fronteira da luz como guardiões
do abandono: esse lugar que a sombra reconstrói
com as urtigas:
cheguei ao fim do livro e as palavras,
uma a uma separadas pela doença,
são animais sonâmbulos que uma voz
percorre de estranheza:
aqui apagam-se os rostos para entrar
na reclusão dos teus olhos como numa cela
que não voltará a abrir-se: o esquecimento
confunde-se com o luto: e todos os sinais
que indicam um destino te parecem enigmas
2
quem surge, não traz segredo algum:
desce somente a rua, desce interminavelmente a rua:
vivos e mortos são ficções do meu cansaço
e a casa um lugar de esquecimento.
Cheguei ao fim do livro e as palavras,
uma a uma separadas pelo tempo,
são animais sonâmbulos que uma voz
percorre de estranheza.
A criança abre a porta e foge para o poço:
os zumbidos param na fronteira da luz como guardiões
do abandono que as urtigas constroem com a sombra:
o som da água acolhe o tempo: gota a gota cai nas mãos
e entra no futuro da minha sede.
Sobre um muro o teu rosto desconhece o voo dos pássaros
e todos os sinais que indicam um destino te parecem enigmas:
caminhas desorientado por um dia que tarda em revelar-se,
um último dia que atravesse
a nódoa onde a morte recomeça.
Aqui, apagam-se os rotos para entrar
na reclusão do teu nome como numa cela
que não voltará a abrir-se. E o esquecimento:
são duas mãos que se afastam
num gesto de estranheza
1
la sombra mueve la luz, el día abre en los ojos el paisaje:
quien surge no trae ningún secreto,
baja solamente por la calle, baja interminablemente la calle:
vivos y muertos son ficciones de mi cansancio
y la casa un lugar de deserción:
no me acoge la sombra de una haya,
ni el sudor manchado por el cuerpo:
he llegado al final de la calle donde el huerto
resguarda de mis ojos el riachuelo:
un niño abre la cancilla y huye hacia el pozo:
es la memoria de la tarde acogedora, de los zumbidos
que se detenían en la frontera de la luz como guardianes
del abandono: ese lugar que la sombra reconstruye
con las ortigas:
he llegado al final del libro y las palabras,
una a una separadas por la enfermedad,
son animales sonámbulos que una voz
atraviesa de extrañeza:
aquí se borran los rostros para entrar
en la reclusión de tus ojos como en una celda
que no volverá a abrirse: el olvido
se confunde con el luto: y todas las señales
que indican un destino te parecen enigmas
2
quien surge, no trae ningún secreto:
baja solamente por la calle, baja interminablemente la calle:
vivos y muertos son ficciones de mi cansancio
y la casa un lugar de olvido.
He llegado al final del libro y las palabras,
una a una separadas por el tiempo,
son animales sonámbulos que una voz
atraviesa de extrañeza.
El niño abre la puerta y huye hacia el pozo:
los zumbidos paran en la frontera de la luz como guardianes
del abandono que las ortigas construyen con la sombra:
el son del agua acoge el tiempo: gota a gota cae en las manos
y entra en el futuro de mi sed.
Sobre un muro tu rostro desconoce el vuelo de los pájaros
y todas las señales que indican un destino te parecen enigmas:
caminas desorientado por un día que tarda en revelarse,
un último día que atraviese
la mancha donde la muerte recomienza.
Aquí, se borran los rostros para entrar
en la reclusión de tu nombre como en una celda
que no volverá a abrirse. Y el olvido:
son dos manos que se añejan
en un gesto de extrañeza